Es cierto, fui uno de esos niños que se hacían pipí en la cama. Yo creo que duró hasta los 12 ó 13 años. En fin, el chiste es que, como a eso de mis 6 ó 7 años, mis padres estaban preocupados por lo que llamábamos mis “accidentes”. Entonces, como buena familia de clase media, me llevaron a hablar con una psicóloga.

Recuerdo vagamente que en las sesiones ella me pedía hacer dibujos sobre mis sueños y que platicáramos de ello. No recuerdo nada de lo que me decía o aconsejaba, pero sí recuerdo que nos sentábamos frente a frente, que mis piernas quedaban volando en la silla y que, casi siempre, yo llevaba short, quizás era época de calor.

Y entonces, como no queriendo la cosa, mientras avanzaba la plática, la psicóloga comenzaba a sobarme las piernas; cada vez más fuerte, cada vez más cerca de la orilla de mis shorts o, incluso, llegando a meter un poco la mano debajo de ellos.

Recuerdo que la sensación me gustaba. Sentía cosquillas en las piernas y en otras partes, y la cabeza me daba vueltas. Siempre me preguntaba hasta dónde iban a llegar sus manos y qué sentiría.

Pero entonces, a uno de mis primos, que debía tener los mismos problemas que yo, también lo llevaron con esa psicóloga. Pero a él la cosa no le gustó. Y les dijo de inmediato a sus padres que, a su vez, les dijeron a los míos.

No recuerdo mucho de lo que pasó después. Por supuesto que no volví a ninguna sesión más y sí recuerdo a mi madre preguntándome si la psicóloga me sobaba las piernas, pero es todo.

Jamás he recordado ese episodio como algo trágico  o  como si hubieran abusado de mí.

Hasta hace poco, siempre creí que eso se debía al hecho de que me gustara. Como si eso suavizara la situación. Como si hubiera una gran sombra detrás de mi, susurrándome: “no eres víctima, porque eres hombre, y a los hombres nadie nos hace algo que no queramos”.

Ahora entiendo que lo que ha hecho que no me sienta como víctima, ha sido mi primo. Que él hablara y que hiciera que todo parara. No sé hasta qué punto habría llegado esa maldita psicóloga, pero estoy seguro de que, en algún momento, habría dejado de gustarme y todo podría haber sido una gran catástrofe.

Ahora sé que estaba viviendo una agresión hacia mi cuerpo, una violencia disfrazada de ternura y de deseo, que por eso confunde y no todos la identificamos. También siento que nadie habló a profundidad conmigo al respecto, porque claro, era sólo un niño; pero creo que eso también es una forma de violencia.

Palabras

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